Aniversario de La Huelgona del 62, la protesta minera que dio la vuelta al mundo
“Asturias si yo pudiera cantarte…
dos veces, dos has tenido/“ocasión para jugarte /
la vida en una partida: Y las dos te la jugaste”.
La huelga del maíz, 50 años de la primavera minera asturiana
Foto apertura de reportaje: Manifestación en Bruselas en apoyo de los mineros asturianos en la Huelgona del 62.
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Dice la letra del poema “Asturias”, uno de los más populares y conocidos del escritor salmantino Pedro Garfias, exiliado en México tras la Guerra Civil, que nuestra comunidad tuvo “dos ocasiones” para “jugársela” en su reciente historia. La composición, verdadero himno oficioso del Principado desde que en 1976, en plena Transición, fuera convertido en canción por el cantautor mierense Víctor Manuel, alude sin rodeos a la Revolución de Octubre de 1934 y a la posterior defensa que los mineros hicieron en su Tierra en 1937 del legítimo gobierno republicano. Ambos episodios finalizaron con una cruel represión que el ultraísta Garfias conoció de primera mano en Madrid, por su vinculación, e incluso protección, a mineros comprometidos con el llamado Frente Popular. Su sentida poesía refleja aquellos sucesos, de trascendencia internacional, idealizados posteriormente por la izquierda europea en un contexto de lucha antifascita, y que grabaron a fuego la propia idiosincrasia progresista de las comarcas mineras asturianas, vigente en nuestros días.
Pero como dice el dicho popular “no hay dos sin tres”. La referencia de Garfias a los dos envites jugados (y perdidos, con las dramáticas consecuencias de sobra conocidas) por el movimiento obrero de los mineros asturianos, tuvieron su epílogo en abril de 1962. Se cumplen así ahora 50 años de unos sucesos ocurridos en las comarcas mineras asturianas, protagonizadas por mineros, quizás menos conocidas por los más jóvenes al encontrarse inmersas en del devenir monolítico de los 40 años de la España franquista, y que los historiadores resaltan por su influencia sobre la política de entonces, dándola a conocer como “La huelgona”.
Una protesta minera, silenciosa, supuestamente esporádica, y aparentemente desorganizada, contra el abominable régimen del dictador Francisco Franco. Una huelga minera en tiempos de miseria, prendida sin ninguna duda sobre el sustrato de aquellos envites que las décadas de los años 10, 20 ó los convulsos 30 y moldeada en la condición solidaria de minero, incorporada a memoria, que emergió como singular y emblemática respuesta en el momento en el que más comenzaba a resaltar el evidente atraso entre una España sumida por la dictadura y una Europa Occidental democrática y en pleno desarrollo social y económico.
Fotos facilitadas por el Archivo Histórico de UGT.
Mineros detenidos en la Prisión Provincial de Oviedo.
De hecho, esta protesta, en la que tomaron parte millares de trabajadores, hijos de los perdedores de la Guerra Civil, en su mayoría “no fichados” por la policía del régimen, al carecer de responsabilidades políticas o sindicales directas con las organizaciones con las organizaciones socialistas, comunistas o anarquistas en el exilio, fue tal vez uno de los golpes más certeros sufrido por el franquismo. Lo fue porque estuvo arropada y promocionada por un importantísimo número de intelectuales de reconocido prestigio mundial. Porque la izquierda europea comenzaba a sentir incomprensible el mantenimiento de dictaduras en el Viejo continente, la de España incluso auspicia por Estados Unidos, que había renunciado a su espíritu libertador del 45 en aras a la “guerra fría” a escala mundial contra el comunismo pro-soviético. Las bases para el ejército de Estados Unidos fueron la moneda.
Pero “la huelgona del 62” no fue ni mucho menos deslavazada de una serie de acontecimientos que se produjeron antes, durante y después de aquella primavera. En junio de ese año, en Munich, se celebraba el IV Congreso del Movimiento Europeo tras un primer y fallido intento de la España franquista por entrar en la Unión Europea, lo que de facto hubiera supuesto la homologación del sistema dictatorial español al status del resto de países europeos. Para Franco fue un duro revés. Un revés político, incomprensible para el dictador y cuyas verdaderas razones trataba de explicar los órganos de propaganda del régimen bajo aquella simplista oscura “confabulación judeo masónica y comunista” (todo era cosa de los comunistas, en claro guiño a su tabla de salvación norteamericana).
Por mucho que esgrimiese su condición de país aliado a los Estados Unidos, la España del desarrollismo creada por Franco a sangre y fuego, chirriaba internacionalmente con aquellos dos sonoro “No” a la entrada en la Unión Europea. Mientras aquello ocurría en la escena internacional, en varios puntos de la Cuenca minera asturiana se producía lo que muchos apodarían como la huelga del maíz, en alusión al cereal que hombres y mujeres tiraban a escondidas en los caminos y caleyes que conducían hasta el pozo minero con el fin de hacer reflexionar a los esquiroles sobre la “domesticación” y “entrega” al franquismo que su decisión de trabajar comportaba durante la huelga. Una manera tremendamente simbólica de llamarlos “gallinas” y “apesebrados” y que, curiosamente, respondía a tácticas que permanecían en esa memoria de huelgas hechas en Asturias a principios de siglo.
Las huelgas del 62 y del 63 en Asturias cobraron en el concierto internacional más protagonismo del que esperaban sus anónimos protagonistas, por ser un hecho coetáneo a los intentos de entrar en Europa y, especialmente, por aquello que la prensa franquista llamó el “Contubernio de Munich” (la primera referencia despectiva hacia el IV Congreso del Movimiento Europeo aparece en el diario falangista Arriba). Una cita importante para la España alternativa a Franco y que acaparó los ojos de la prensa internacional al contar con la presencia de 118 políticos españolas de todas las tendencias opositoras al régimen (desde monárquicos liberales a socialistas y socialdemócratas, pasando por nacionalistas y democratacristianos), representativas de organizaciones o líneas de pensamiento tanto con dirigentes residentes en España, como en el exilio, a excepción del Partido Comunista.
Para la historia de aquel encuentro en la capital bávara, quedaría la frase del historiador y diplomático español Salvador Madariaga, que había sido ministro del gobierno cedista de la derecha durante la II República: “Hoy ha terminado la Guerra Civil”, un reconocimiento a que, mientras para algunos, lo que estaba sucediendo en Münich era un simple “contubernio”, para la mayoría era el primer intento serio de restañamiento de las dos Españas, un hecho que la comunidad internacional tenía claro, pese a la entrada en 1955 en la ONU (promocionada por EE UU) y que desgraciadamente, no se produciría hasta 13 años más tarde, con la muerte de Franco y el inicio de la llamada etapa de Transición a la democracia.
ECOS EN LA PRENSA INTERNACIONAL
Los historiadores que se asomaron y aún se asoman con notable interés al cumplirse 50 años de un acontecimiento que por tercera vez en el siglo XX proyectaría internacionalmente la imagen de una Asturias rebelde y revolucionaria, valoran la coincidencia de hechos en el tiempo como detonantes del inicio de las primeras grandes grietas en los muros del régimen franquista, dado el uso que todos ellos hicieron de los hechos que ocurrieron en las comarcas mineras y en Munich, pero también en ciudades como Bruselas, París, Roma, México o Toulousse… con manifestaciones, recaudación de fondos, conferencias… etc. La explicación sociológica, perfectamente hilvanada, en la sucesión en la línea del tiempo histórico del país y de una región donde la minería y la siderurgia conformaron una sociedad cimentada en la solidaridad de la necesidad, junto con toda la carga política y sindical acumulada, propiciaron el caldo de cultivo ideal para que fuera en las Cuencas, y no en otro sitio, aquella “inexplicable” oleada de huelgas.
Y es que en ellas tomaron parte millares de trabajadores, hijos de los perdedores de la Guerra Civil, sin responsabilidades políticas o sindicales directas con las organizaciones socialistas, comunistas o anarquistas en el exilio, literalmente masacradas y desactivadas en “suelo patrio”. Y lo hicieron frente a ese aparato represor que llevaba 23 años funcionando de una manera despiadada. Los propios dirigentes o cuadros de las organizaciones políticas y sindicales reconocen que aquel momento la situación no permitía ni el más mínimo movimiento organizativo: quienes no estaban en la cárcel estaban en el exilio, fichados o extremadamente vigilados. Nada se escapa en cada barriada, en cada pueblo, en cada camino… al control de una policía que en dictadura no dejaba de funcionar como lo había hecho, o lo hacían de aquella, la Gestapo, la Stasi o la KGB.
El contexto: así era Asturias en 1962 (o así lo transmitían los medios oficiales de entonces):
Reproducimos por su valor este interesante Reportaje publicado por la Revista Ibérica en noviembre de 1963, testimonio de lo sucedido aquellos meses: «Los mineros confirman».
Ibérica fue una revista de periodicidad mensual, editada en Nueva York, que se publicó entre 1953 y 1974. Estuvo relacionada con la oposición democrática antifranquista española. Fue dirigida nada más y nada menos que por Victoria Kent, abogada y política republicana española primera mujer del mundo que ejerció como abogada ante un tribunal militar y en una de las tres mujeres diputadas del Congreso de los Diputados durante la Segunda República. Se hizo revista independiente después de haberse publicado durante el primer año en forma de boletín informativo, dentro de otra llamada Hemispherica. En ella colaboró con artículos el diplomático y escritor Salvador de Madariaga, una recopilación de los cuales fue publicada en 1982 bajo el título Mi respuesta, así como también Raúl Morodo, Enrique Tierno Galván, Ramón J. Sender, Albert Camus,6 Juan Goytisolo, Manuel Tuñón de Lara,4 Dionisio Ridruejo, Mario Soares, Humberto Delgado, Francisco Ramos da Costa o Emídio Guerreiro, entre otros. La revista contó con el apoyo económico de la mecenas estadounidense Louise Crane, pareja de Victoria Kent, quien ejerció también como coeditora, traductora y administrativa de la revista. En sus páginas se dio espacio tanto a la oposición a la dictadura de Franco en España como a la de Salazar en Portugal.
Expertos como la historiadora Manuela Aroca Mohedano sostienen que el alcance de la huelga de 1962 se asienta en los precedentes huelguísticos ocurridos a finales de los años 50 en Asturias, como la del 57 en La Camocha, con participación de trabajadores en una primera comisión de obreros que registra desde militantes comunistas de JOC o del SOMA-UGT hasta falangistas. Pero el cambio generacional es evidente.
Pese a la represión, las huelgas triunfaron por un ejercicio de memoria innata o adquirida, tanto organización, como en solidaridad. Bastaba una mirada. Aquella espontaneidad y transversalidad que movió la osada acción iniciada en el pozo Nicolasa en abril del 62 es la que ha llevado en las últimas semanas a muchos historiadores y periodistas, en conmemoración y recuerdo de la “Huelgona” a denominar sin tapujos aquella protesta como “la primavera asturiana”.
Sirva como ejemplo el trabajo de Jorge M. Reverte en el diario El País (El artículo “Mieres y Munich, hace 50 años” fue el pasado mes de abril uno de los más leídos de la prensa nacional), o los amplísimamente trabajador y documentados por los historiadores Ramón García Piñeiro, Jorge Muñiz Sánchez o Ruben Vega, y publicados en diversos medios de comunicación asturianos, incluyendo la reedición “Hay una luz en Asturias… las huelgas de 1962 en Asturias”, por parte de Trea, y con el apoyo de diversas instituciones y entidades, desde el Gobierno del Principado a Cajastur, la Universidad, la Fundación Juan Muñiz Zapico o ayuntamientos como los de Oviedo, Langreo y Mieres, entre otros.
Más allá de lo que por sí solo es un hecho contundente, una huelga ante un dictador despiadado en un contexto en el que nuestro país vivía blindado y al margen de una Europea democrática y moderna, la singularidad del movimiento minero de protesta residió en las personas que, sin remarcada significación y en colectivo, dieron un paso al frente de una manera inteligente, manteniendo viva la acción durante muchas semanas, sin que pareciese en un principio un pulso directo al régimen, lo que hubiera supuesto otro aplastamiento brutal más, consiguiendo con su “silenciosa sostenibilidad” (ir al pozo, vestirse, pero no trabajar), y también, porque no decir, por el cariz estratégico del carbón, y de la necesidad del mineral en resto de la industria, un mayor eco, legitimidad, e interés por parte la comunidad internacional, incluidos los partidos de derecha, y por tanto, más daño.
Especialmente doloroso para los franquistas fue ver como un “intocable” de gran peso intelectual de entonces, como Menéndez Pidal, apoyaba abiertamente el movimiento de huelgas asturiano, como lo haría la prensa internacional o artistas de reconocido prestigio mundial, como Picasso, con su famoso grabado, lámpara minera en mano. Sobra decir que podía pensar las gentes del régimen de la implicación de la iglesia y de algunos de sus colectivos de jóvenes católicos. Todo ello, lógicamente, antes del efecto Cardenal Tarancón.
Aunque en los años posteriores, el régimen combatió cualquier intento de que se interpretara lo sucedido en las cuencas mineras asturianas como el origen de un movimiento transversal que influiría a toda la sociedad española, de izquierda a derecha, alimentando la necesidad de articular un sistema democrático para España, lo cierto es que su influencia está fuera de toda duda. Y pese a que ninguno los dirigentes que participaron activamente en Munich, o de los intelectuales que firmaron manifiestos y obras en apoyo de los mineros asturianos, tuvieron protagonismo en la Transición española, a ellos y a ese momento, en la primavera de 1962, corresponden palabras clave como “configuración de un sistema de participación democrática “reconciliación” o incluso la posibilidad como salida, entonces remota, de una “monarquía democrática”, aludida a una conversación en pleno “contubernio” entre el socialista Rodolfo Llopis (el PSOE defendía la República) y el liberal monárquico, curiosamente conspirador del golpe de Estado de 1936, Joaquin Satrústegui (de la organización Unión Española, también clandestina, y que acabaría en UCD).
Pero la repercusión del movimiento en las Cuencas y en Asturias si fue evidente. Muchos de los que allí participaron se convirtieron después en líderes sindicales, o, como apunta Reverte “fundaron nuevas asociaciones, como la Unión Sindical Obrera, encontraron sus referencias históricas en las organizaciones históricas de la izquierda, o participaron en la creación y desarrollo del movimiento que se denominó las Comisiones Obreras”, y que, más tarde, daría lugar al sindicato del mismo nombre, destacado bastión de la oposición antifranquista, con una ventaja o diferencia significada en comparación con la la estrategia que hasta entonces mantenían PSOE, UGT, CNT o el PCE, desde el exilio, como fue infiltrarse desde dentro en los Sindicatos Verticales falangistas, únicos legales.
Lo más curioso de entonces para muchas de las jóvenes generaciones que ahora, con motivo de este 50 aniversario de la “Huelgona” se acercan, releen o simplemente conocen por primera vez lo que pasó, es comprender cómo se artículo en medio de una dictadura y con un inexistente movimiento obrero de izquierdas, con muchas dificultades para conectar con el exilio. Incluso muchos de ellos, llegaron a prohibir expresamente a sus escasas células durmientes en el territorio, su implicación en las huelgas, pro el riesgo que podía suponer perder definitivamente su conexión de primera mano con la realidad y el día a día de España.
Todos los testimonios coinciden: “Primero fueron quince días de un mes…después un mes entero, pero cuando la cosa parecía que podía complicarse, volvíamos a trabajar, a esperar el momento… y después parábamos otra semana u otros quince días … al poco, dos meses sin cobrar, pero aunque apretase la necesidad en casa, nadie entraba a la mina. Era como si la solidaridad nos alimentase…llegábamos al pozu, nos cambiamos, cogíamos las lámparas, y cuando estábamos todos juntos, echábamos la mirada abajo y sin hablar, no se entraba. Esperábamos y alguien dejaba caer una lámpara y a continuación todas las lámparas caían al suelo. Todos callados, nadie destacaba, nadie era el primero, todos callado, mirando al suelo. Si un mando preguntaba porque no entrábamos a trabaja, las respuestas eran similares: porque tengo miedo, porque no entra nadie, solo no puedo entrar…”.
Con todo ello, y con la perspectiva que dan asomarse a unos hechos ocurridos hace ya medio siglo, la lección de historia que nos deja “la huelgona del 62”, hecha por mineros anónimos en años de infamia, es eterna: Y es que la lucha por los derechos y la dignidad de las personas nunca cesa, no tiene tiempo.
Cronología
- Aunque en 1962, con cerca de 30.000 mineros en la zona central asturiana, hubo diversos acontecimientos laborales que alimentaron un clima general proclive a las huelgas, el detonante se centra en el pozo Nicolasa de Ablaña, en Mieres, tras una reorganización unilateral de los turnos de trabajo. Más de una veintena de picadores deciden como protesta reducir su producción. La empresa los despide el viernes 6 de abril. El sábado siguiente, que era laborable, llega la respuesta: el grueso de la plantilla se niega a entrar a trabajar. La autoridad amenaza con despidos. Y el delegado provincial del sindicato vertical promete soluciones pero pide el restablecimiento de la normalidad. Llegan las primeras detenciones.
- El lunes día 9, comienza la semana extendiéndose la huelga a otras minas. La empresa ratifica los despidos y da un ultimátum de 24 horas para que los huelguistas vuelvan al trabajo. Al día siguiente, todos van a su centro de trabajo, se visten con la funda y cogen la lámpara, pero nadie entra. Es la llamada huelga del silencio. La empresa pone en marcha el proceso de rescisión de contratos a los que considera probado están secundándola. El miércoles más minas, como Barredo o Corujas, se suman a Polio, Centella o Nicolasa. Los mineros acuden a buscar una solución al director de Fábrica de Mieres, propietaria de las explotaciones (la nacionalización de la mayor parte de la minería asturiana no se produjo hasta 1968-Hunosa). Pero la autoridad supedita una anulación de ciertos castigos a una recuperación total de la normalidad laboral. El jueves los trabajadores comienzan a sospechar que la buena voluntad no se produce por parte de la empresa, mientras, por el contrario, se mantienen los castigos y las rescisiones de los contratos y, junto a la intimidación de un régimen matonista, se produce una nueva vuelta de tuerca: se le niega a algunas familias de mineros identificados por la dirección el acceso a los economatos.
- Tras la primera semana de protestas, la empresa empieza a anular despidos, aunque se mantienen ciertas suspensiones de sueldo, y se trasladaba de instalación a cuatro mineros. Las medidas no calman la situación y la huelga ya afecta a más pozos en el valle de Turón y en la Güeria de San Juan. A Tres Amigos o Santa Bárbara se suman en los paros Hulleras de Turón, Minas de Figaredo y La Cobertoria. El maíz en los accesos a los pozos y las octavillas comienzan a convertirse en un símbolo y a romper la sociedad de “orden” franquista de las Cuencas. La autoridad provincial comienza a enviar mensajes a Madrid reconociendo que la situación se les ha ido de las manos.
- El martes día 17 paran más pozos, y se suman los de mantenimiento, algo impensable para las minas de entonces, y los ligados al ferrocarril y al transporte del carbón. Pronto la siderurgia, dependiente de ese mineral, se verá afectada. El paro en la Cuenca del Caudal ya es completo. Y en el Nalón avanza. La policía franquista empieza a investigar conexiones. El sindicato Vertical reconoce internamente que no controla a los trabajadores.
- El jueves día 19 se producen medio centenar de detenciones, la mayoría por “supuesta coacción” o simplemente informar a otros compañeros del porqué del paro y de cómo secundarlo. En los días posteriores la situación laboral se enrarece en toda Asturias. El sábado 21 trabajadores del puerto de Avilés inician una protesta para que les igualen el sueldo y las condiciones a sus compañeros en El Musel. El lunes 23 de abril el gobierno teme una escalada de acontecimientos y decreta el cierre de pozos para evitar encierros interminables en el interior. Las detenciones continúan. El ministro de Trabajo José Solís se ve obligado a intervenir de manera directa y personal para negociar. Lo hace con una comisión de picadores. Pero no hay una solución inminente. Y todo va a más: La Camocha, en Gijón, para también. Le siguen Pumarabule y Lláscaras. Comienzan a verse asambleas con muchos trabajadores, algo inusual con el derecho de reunión suspendido, y pancartas que van desde el apoyo a la URSS a críticas a la Guardia Civil de entonces y su papel represor. El sábado 28 de abril, 22 días después, aparece un artículo en la prensa asturiana en la que, sin citar la palabra huelga, el gobierno solicita a los mineros la vuelta al trabajo. Pero la condición para volver ya no es solo la laboral, es que se libere a los detenidos. La prensa internacional empieza a airear “la huelgona”.
- La policía comienza a actuar con mayor virulencia, destapando lconexiones con el PCE, con el PSOE y con organizaciones obreras cristianas. Cáritas, de hecho, llega a entregar públicamente un cheque de apoyo a los mineros para que pudieran comprar alimentos. El jueves 3 de mayo para Montsacro, la última de las grandes minas que seguía en actividad. Y al día siguiente, un mes después, el Consejo de Ministros decreta el estado de excepción en Asturias, y también en Vizcaya y en Guipúzcoa. Las llamadas garantías individuales quedan suspendidas. Una parte importantísima de los mineros comienza a replantearse la huelga por las consecuencias que esta tiene para el conjunto de la población, particularmente en las comarcas mineras. La situación para muchas familias es delicadísima. Algunos defienden seguir hasta el final y planifican encierros, como el de Barredo. Según el archivo policial, se superan los 150 detenidos. Esta cifra se duplica y supera durante el verano. La siguiente amenaza gubernamental es la deportación.
- El 10 de mayo, 24 trabajadores son detenidos tras un encierro en el pozo San José de Turón y deportados a Valladolid junto con otro grupo de mineros detenidos en Barredo. La represión comienza a dar su fruto, e incluso durante unos días de junio, del 4 al 7 de junio, todo parece normalizarse poco, pero en agosto, al exigirse el día 15 como festivo, todo vuelve a reproducirse, coincidiendo con otras protesta en el pozo Venturo. Los paros vuelven a alcanzar a 20.000 mineros. No obstante, el movimiento empieza a debilitarse con el miedo y las carencias de los hogares, la policía ya sabía cómo responder: precinta pozos, maneja y divide la opinión en los medios, y vuelven las medidas aislacionistas, las deportaciones, la primera de ellas, el 22 de agosto, a menos de una semana, afecta a 126 mineros elegidos de manera muy meditada no solo por sus implicaciones, si no por su repercusión social y familiar. Algunos llegan a tener dos destinos de deportación: Zamora, Pontevedra, Soria, Orense, Guadalajara, Jaén… La contundencia de la represión y la apuesta de la patronal minera a mantener ya las minas cerradas largo tiempo para combatir con pobreza lo que llamaron “indolencia de la clase minera asturiana” fueron decisivos para que el 9 de septiembre todo se normalizase. Los ecos internacionales de “la huelgona” se van apagando poco a poco. Pero la huella de la primavera asturiana marcó para siempre un antes y un después en la lucha contra el franquismo y su dictadura. Hasta convertirla en un hito del movimiento obrero mundial.
+ info «Mieres y Munich, hace 50 años», de Jorge M Reverte, en El País, al cumplirse el 50 aniversario. El escritor, periodista e historiador Jorge Reverte falleció en marzo de 2021.
Hay una luz en Asturias, fue el título del Repor especial dedicado por la Televisión Pública Asturias, RTPA, y que contó con testimonios de figuras trascendentes de la política española, como Santiago Carrillo, Nicolás Redondo-padre,:
El pozu Nicolasa, de la mecha al monolito de «la huelgona» en 2012
Al celebrarse el 50 aniversario de La Huelgona, los dos grandes líderes sindicales españoles en ese momento Cándido Méndez (de UGT) e Ignacio Fernández Toxo (CC OO) descubrieron una placa en recuerdo de la revuelta de 1962 surgida en la mina mierense.
Fotos que aquel acto: